miércoles, 16 de diciembre de 2015

Eritrea, de fútbol y desertores

[Por Martín Mazur en El Gráfico] Los Camellos del Mar Rojo intentarán la hazaña de dar vuelta el resultado y pasar a la siguiente ronda. ¡Noche de fútbol en Francistown, noche de Copa del Mundo! 

-Así es, el público de Botswana agita las banderas y saluda a su selección, que sale vestida de blanco. Tenemos un clima cálido, 34 grados, pero se espera un descenso de temperatura por el viento este que llega desde Zimbabwe.

-¡Y ahí está en la cancha el equipo visitante, señores, Eritrea está en el campo de juego! Hay tres cambios en nuestros Camellos del Mar Rojo. La pesada derrota 2-0 de local en el estadio de Asmara todavía duele, quizás por eso el cambio de arquero, responsable del segundo gol.
-Los once serán Weldezgi; Gegrebzgabhier, Birhane, Muruts, Andebrahan; Selomon, Alexander, Sium, Abreham Berhe; Negassie y Goitom.

-Y ahora llega el saludo con los árbitros, la foto de rigor y ya los jugadores forman en fila para los himnos nacionales. Pero antes, el auspicio de esta transmisión...

Lamentamos interrumpir el cálido momento radial de estos dos cronistas imaginarios, pero el partido ya se jugó. Eritrea jamás llegará al Mundial de Rusia. El 3-1 de Botswana fue rápido e indoloro.

Sin embargo, Eritrea (202 en el ranking FIFA sobre 208 selecciones) sí puede darse el lujo de ser campeona mundial en algo: al término del partido, diez de los jugadores no volvieron a su país. La delegación partió con 24 y volvió con 14. Diez futbolistas desertaron y solicitaron asilo político en Botswana, que varios días después, les garantizó la estadía.

La serie contra Botswana era la primera presentación oficial en 22 meses, el tiempo que a la selección de Eritrea le llevó armar un nuevo equipo.
Una frase muy futbolera, la de rearmar el equipo, pero en este caso, debe ser tomada de manera literal. Las deserciones en Eritrea no son algo casual. En 2006, cuatro jugadores pidieron asilo en Kenia. En 2007, seis desaparecieron en Angola y otros 12 en Tanzania, mientras que 3 se quedaron en Sudán. En 2009, 12 se escaparon en Kenia. Tres años más tarde, en 2012, 17 (incluido el médico del equipo) se fueron de shopping en Uganda y nunca volvieron. Y en 2013, 11 (incluido el técnico) se esfumaron otra vez en Kenia, durante la Copa Cecafa.

Con estos 10, ya son 75 los desertores oficiales en los últimos 9 años, más de tres planteles completos. Y hablamos sólo a nivel de selección, no de clubes.

Eritrea ganó su independencia de Etiopía en 1993, después de 30 años de guerra civil.

El presidente-dictador desde entonces es Isaias Afwerki, a quien la ONU acusó el mes pasado de estar a cargo de un “perverso estado policial” que lleva a cabo una “represión despiadada”. El informe de violaciones a los derechos humanos tenía 434 páginas. Para muchos, es la Corea del Norte africana. Reporteros sin fronteras la describió como “una gran prisión a cielo abierto”, donde la libertad de prensa directamente no existe. En el Eritrea Profile, por ejemplo, no hay reporte alguno de las deserciones en el diario posterior al día del partido contra Botswana, a pesar de la amplia cobertura del partido.

Para el gobierno, todo es parte de una campaña de desprestigio y los jugadores son víctimas de organizaciones que buscan golpes de efecto a través del deporte. “La decisión de los jugadores manda un claro mensaje al pueblo de que es hora de unirse contra el régimen de Isaias Afwerki y reclamar una transición democrática”, expresó Nessredin Ahmed Ali, miembro de la Alianza Democrática por Eritrea, desde el exilio.

El gobierno llegó a prohibir la participación de la selección de Eritrea fuera del país en 2008, pero la pasión por el fútbol es tan grande que la medida resultó incluso más antipopular que el ridículo de las deserciones. Para un represor que busca popularidad infinita, no hubo día más vergonzoso que el 4 de diciembre de 2012, cuando en el aeropuerto sólo aparecieron el técnico, dos asistentes y cuatro jugadores. Mientras tanto, en Radio France Internationale (RFI), uno de los futbolistas que había quedado en Uganda, declaraba: “Nos están buscando, intentan hacer todo lo posible para traernos de vuelta y juzgarnos o matarnos”.

Hoy, con apenas 6,3 millones de habitantes, los eritreos son los segundos a nivel mundial en cuanto a flujo de refugiados, después de Siria. Hubo 38.000 pedidos oficiales a Europa sólo este año, lo que suma un número total estimado de 330.000 refugiados de Eritrea en el exterior. Escuadrones que operan en Sudán les prometen cruzarlos en barcazas rumbo a Italia. Y aviones llevan a los más ricos rumbo a Yemen y Arabia Saudita. De los miles de muertos en el Mediterráneo, muchísimos son de Eritrea. Todo parece ser mejor que quedarse.

Los futbolistas que escapan no hablan con la prensa por temor a las represalias. Se transforman en anónimos. Su profesión les garantizaría mayor difusión a sus voces, pero a su vez, mayor grado de exposición para sus familiares y amigos.
El nuevo capitán de Eritrea es Henok Goitom, un hijo de eritreos nacido en Suecia. Centrodelantero, Goitom jugó en el Udinese y en la Liga española (Murcia, Valladolid, Almería), antes de firmar con el AIK Estocolmo. Información sobre lo que pasa en el país no le debe faltar. Pero ganas de representarlo, tampoco.

“Lo charlé con la Comisión Eritrea para el Deporte y la Cultura y recibí la aprobación de la FIFA, ya que yo nunca había representado a Suecia”, le dijo al diario local Shabait. “Mis padres me enseñaron todo sobre la cultura eritrea y la lengua. Para mí fue una cuestión de honor poder jugar en la selección”, amplió. Jugadores como Goitom garantizan cero deserciones: ya viven en el exterior y no tienen problemas en la ocasional cita. La convivencia en el vestuario con los que viven bajo el régimen día a día puede no ser del todo prodigiosa.

“Hicimos unos pocos entrenamientos juntos. Los chicos son jóvenes y muy humildes y todos me tratan como si fuera de la familia. Tienen un gran futuro”, declaró.

Cuatro días más tarde, Goitom se quedó sin jugadores que capitanear.

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